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PRENSA

“EL FLAMENCO ES MUY AFRICANO” – El Pais

By junio 7, 2018mayo 25th, 2022No Comments

Yinka Esi Graves es una de las pocas bailaoras negras del panorama mundial. Demuestra que este arte no entiende de colores

Su nombre proviene del yoruba de Nigeria, pero ella nació en Londres. De padre jamaicano y madre ghanesa, ha vivido en Nicaragua, en Guadalupe, en Cuba y en España. Baila desde los cinco años y lleva los últimos 10 en Sevilla, a donde acudió para continuar aprendiendo flamenco durante una temporada y este arte le robó el corazón y la vida. Ella es Yinka Esi Graves (Londres, 1983) y es todo esto y mucho más. Estudiante de Arte, locutora de radio y hasta guía turística en los tiempos en los que tenía que recurrir a cualquier trabajo para pagarse las clases de danza. Bailaora y negra, sí, de las pocas que se ven, pero no por ello menos flamenca.

Taconea en los escenarios de toda Europa y hasta en el cine ha hecho alguna incursión. Pero ella hoy es todo baile: intenso, penetrante y apasionado. Con él levantó de sus asientos a las más de 300 personas que fueron a verla al mercado central de Tarifa, en el marco del Festival de Cine Africano Tarifa-Tánger (FCAT), que este año celebra su XV edición con una representación muy fuerte de artistas afrodescendientes y de la diáspora. Como Yinka, con la que han contado para actuar en la inauguración y en la dos sedes del festival, a ambas orillas del Mediterráneo: la africana de Tánger y la europea de Tarifa.

La mañana previa a su espectáculo, Yinka Esi Graves concede una entrevista a este periódico. Es menuda, de hablar callado y maneras suaves, nada que ver con el volcán en el que se transforma sobre el escenario. Pero antes del ensayo final, toca descansar, alimentarse y charlar sobre cómo una niña de familia «muy inglesa» —tercera generación de inmigrantes en Reino Unido, con abuelos que ya estudiaron allí—  acabó en Sevilla. A Yinka se le considera una bailaora de origen ghanés, pero ella no está muy a gusto con la etiqueta. «Más que ghanesa, soy una afrodescendiente de la diáspora, y creo que es importante reconocernos porque tenemos una identidad muy particular. Somos europeos con esa herencia y esa conciencia específica».

La artista tiene una relación muy particular con el mundo hispanohablante porque entre los dos y los cuatro años vivió en Nicaragua, y aprendió castellano con esa facilidad pasmosa que solo los niños tienen. «Mis padres eran grandes soñadores y grandes socialistas, por eso fuimos allí», cuenta. Luego volvieron a Reino Unido y estudió en el Liceo Francés. A los 17 se fue de año sabático a Cuba, donde el idioma, que no lo había vuelto a usar, le llegó como un vendaval. «De repente sentí que entendía todo; con el español siempre me he sentido como algo en casa, lo siento familiar». 

«Mi cuerpo ha luchado para enseñarme lo que quería hacer»

Yinka bailaba desde los cinco años: primero ballet clásico, como tantas niñas. Aún muy pequeña, pasó por las clases de una bailarina senegalesa de la que ha olvidado sus lecciones pero no su talento. «Solo me acuerdo de estar pensando: ‘qué maravilla de mujer». En la isla se inició en el baile afrocubano y ya a su vuelta a Sussex, la ciudad británica donde fue a la universidad, descubrió el flamenco. «Se me daba bien y me gustaba, pero en mi cabeza no era una opción como profesión», reconoce. «Tardé mucho en decidirme a venir a España, en aceptar que era esto lo que quería hacer.  Digamos que mi cuerpo ha luchado para enseñármelo»

La joven aterrizó en Sevilla con la idea de pasar una temporada. «Me mudé para seguir aprendiendo, quería sentir que entendía lo que estaba haciendo». Este pensamiento, dice, hoy le parece muy ingenuo. «El flamenco es tan amplio, tan complejo, tan grande… Creía que podía venir un par de años, aprender un poco más y luego seguir con mi vida; estudiaba Historia del Arte y me veía en eso. Pero ha sido la misma vida que ha ido, poquito a poco, llevándome a donde estoy ahora».

Yinka tiene un estilo muy particular en el que los entendidos aprecian aires africanos y también contemporáneos. Su estilo es categórico, directo, personal e incluso extremo, le sale de las tripas, aunque ella dice que no sabría ponerle nombre a lo que interpreta y que lo bello es, precisamente, lo autodidacta y personalizable que resulta. «Dentro de muchísima estructura y muchísima técnica, hay espacio para la expresión individual de la persona».

Yinka Esi Graves, durante su espectáculo de flamenco en el mercado de abastos de Tarifa, el 28 de abril de 2018, celebrado en el marco del XV Festival de Cine Africano Tarifa-Tánger (FCAT).
Yinka Esi Graves, durante su espectáculo de flamenco en el mercado de abastos de Tarifa, el 28 de abril de 2018, celebrado en el marco del XV Festival de Cine Africano Tarifa-Tánger (FCAT). LA RED VAN
 

Por eso, lo que le hace amar tanto el flamenco es la sensación de que a pesar del reto y la dificultad que entraña su ejecución es posible llegar a algo «muy sagrado», según describe. «Creo que es algo único; diría que en esto el flamenco es muy africano», resuelve. «Es un espacio para la improvisación desde un entendimiento musical muy cercano. No se trata de poner una música y ya, sino que esta tiene mucho que ver con el baile y con el cante, es algo que ocurre de forma totalmente unida y muchas otras danzas no funcionan de esta forma: más bien la música está ahí para apoyar». Pone de ejemplo Gurumbé, canciones de tu memoria negra, un documental sobre la huella cultural de los esclavos negros en España en el que ella figura, y del que ha contado en alguna ocasión que le ha ayudado a reconciliar su cabeza y su corazón. «En él ves la idea del remate. Estamos comunicando juntos, pero tú aportas tu impronta personal».

Baila Yinka una noche de primavera en Tarifa, dentro del mercado de abastos, donde no hay ya a esas horas personas comprando pescado fresco sino admiradores de la bailaora que se apresuran para ocupar las últimas sillas libres. El aforo está completo y todos los sentidos puestos en las tablas, desde las que la bailaora comparte méritos con el cantaor Vicente Gelo y el guitarrista holandés Tino Vandersmann. «Está en su mejor momento», susurra un asistente. Y es cierto, a juzgar por sus palabras durante la entrevista, cuando aborda los estilos que le gustan, de la soleá a la seguidilla y a las alegrías, las que más le han costado. «Mucha gente empieza por ellas, y yo he tardado todos estos años, ahora es cuando estoy entendiendo y sintiendo que puedo bailarlas. Es un palo que no va solo de ser feliz, sino de estar muy bien con uno mismo y muy bien en su cuerpo, y que lo puede celebrar».

Es inevitable abordar la cuestión de su negritud, porque es cierto que la sociedad aún no se ha acostumbrado a ver a mujeres negras taconeando. «Me ha pasado que la gente no se cree que bailo porque les parece extraño». Pero, asegura Yinka, también percibe que el flamenco cada vez se abre más y que hay cada vez más gente de muchos orígenes aprendiendo a bailarlo.»Se está profesionalizando y llegando a un nivel muy bueno, así que poco a poco la idea de quién es una bailaora va cambiando», asegura. Una prueba de esa diversidad es el proyecto que tiene entre manos ahora mismo con otras dos artistas británicas, Noemí Luz y Magdalena Mannion. Ellas forman el grupo Dot Dot Dot y con su espectáculo No Frills se han recorrido España y media Europa demostrando que el flamenco no tiene pasaporte y que, si fue declarado patrimonio inmaterial de la humanidad por la Unesco en 2010 fue, precisamente, para hacerlo aún más universal.

«Me ha pasado que la gente no se cree que bailo porque les parece extraño»

Lo que Yinka tiene claro es que no acepta ser utilizada como reclamo publicitario. «Si todavía no tengo el nivel prefiero no estar a que me usen porque soy llamativa. Por supuesto que cuando uno me vea se va a dar cuenta de que soy negra, pero también me gustaría que vieran lo que estoy aportando como artista».

La británica recalca que ni quiere ni puede disimular el color de su piel, y que lo considera una suerte porque eso le obligó desde el principio a expresarse desde quién es. «Solo puedo bailar como bailo porque por fin me siento capaz de expresarme desde todas las cosas que atraviesan mi cuerpo», suspira. «Lo que soy, con mis condiciones, con lo que me mueve y con mi manera particular de percibir el mundo. Son sentimientos que ahora siento que soy capaz de dejar salir».

https://elpais.com/elpais/2018/05/03/africa_no_es_un_pais/1525336836_909784.html